Para innovar, considero, existe la precondición de tener la capacidad e intención de enfocar la mente y el corazón en lo que aún no es, con la esperanza de que pueda ser.
En el Foro hemos tenido interesantes debates respecto de si los referentes presentados como norte para una nueva política de Ciencia, Tecnología e Innovación van a ser en realidad de utilidad para una mayor efectividad en lograr que la ciencia nos sirva para algo a una escala decente y con un impacto relevante en la región y ojalá a nivel nacional. Si bien mi posición permanece bastante crítica al respecto, creo que ese debate puede ser secundario a otro aún más crítico para mí, que es ¿Somos capaces de desarrollar seres humanos para esta innovación?
Gracias a la divina providencia (o quizás no) mi vida se desenvuelve entre empresas e instituciones de orden nacional colmadas de grandes profesionales que, ó siempre fueron, o lograron ser parte de la “elite” educada (titulada?) y profesional del país; pero Colombia no posee, en su conjunto, ese tipo de identidad. Una pasada por un mercado o un viaje en transporte público está plagada de conversaciones que intercambian mensajes del tipo “los ricos y los pobres”, o “a ellos, los ricos, no les importa”, o del tipo “es que ellos si tuvieron oportunidades”, o del tipo “es que este país es de veinte familias”. Todos estos mensajes traslucen un individuo ya jugado, ya perdido, ya sometido, ya culminado, al que solo le toca esperar dócilmente el qué vendrá.
Cuando una mente colombiana logra escapar de “la sección del entretenimiento” de cualquier noticiero, casi inmediatamente cae víctima de lugares comunes tan asiduamente arraigados como los arriba mencionados que hacen sacrílego pensar que el país pueda ser de otra manera. Una percepción generalizada de un “tipo de nosotros mismos” característico del país que niegue como creíble la posibilidad de que las cosas puedan ser diferentes es, por decir lo menos, un terreno supremamente árido y hostil para innovar.
¿Y cómo se materializa esta identidad? Bien, pues mi percepción es que ni siquiera las tales mentes educadas logran escapar. Veo cotidianamente cómo nuestros profesionales firman ordenes de compras y contratos por millones de dólares donde compramos, con divisas del país Turbinas, Equipo Petrolero, Material de Defensa, todo proveniente de ecosistemas industriales extranjeros que merecen más nuestra fe y nuestros recursos que nosotros mismos. Todo esto para consolidar el lugar común más odioso y dañino de todos los que escucho que reza “es que este es mejor porque es importado!!” Adjudicar la licitación de otra manera sería “riesgoso”, sería “temerario”, en cambio perpetuar esta dependencia tecnológica que niega recursos al industrial nacional se considera aceptable, deseable y casi un deber!.
¿Puede la innovación tener alguna sola oportunidad si nuestras mentes educadas y no tanto hemos hecho un frente común, donde los decisores sobre recursos niegan los recursos y los que no tienen los recursos niegan la esperanza? ¿Debe ser esta transformación una parte importante de nuestro trabajo? ¿Existen oportunidades reales de lograr esta transformación de ese “yo” que todos aprendimos a ser?